lunes, 15 de agosto de 2011

memorias de un angel cap.52



Podría haberse tratado de una noche cualquiera pero no era un noche sin más, en la Florencia del siglo XV había lugares que la gente de cierta reputación no frecuentaba, y había otros en cambio que solo eran frecuentados por lo más infame de la sociedad, los que no eran bienvenidos en los peores tugurios, esos eran los que iban a dichos locales clandestinos, fuera del marguen de cualquier ley del hombre y del cielo. Y en uno de esos tugurios de malnacidos, asesinos, violadores y demás lastres de la sociedad se encontraba Giacommo en el decimoquinto día del tras el entierro de su hermano Pietro; bebiéndose cada moneda de oro y plata que había ganado en los dos últimos años de trabajo en las obras del duomo, bebía absenta sin parar y fumaba cantidades inconmensurables de opio, fornicaba con toda prostituta o mujer de mala reputación que se echaba en sus brazos, a saber cuántas enfermedades había contraído ya, se rumoreaba que la puta más limpia de Florencia se sacudía las ladillas en las letrinas del peor barrio de Florencia, la sífilis, la gonorrea y la claividia campaban a sus anchas por todas las esquinas donde se vendían los cuerpos escuálidos y desfigurados de lo que antaño fueron mujeres-sombras hoy de ellas mismas-. Giacommo no era un mal hermano y jamás había sido un mal hijo, era el primogénito y en él había recaído la labor de aprender el arte de la arquitectura bajo la tutela de Maese Brunelleschi, él elevaría el buen apellido de la familia por encima de lo que su padre-un magnifico picapedrero-había conseguido jamás. 
Pero la pronta y desgraciada muerte de su hermano Pietro había trastocado sus planes y su vida, el peso de la culpa era demasiado grande para él a pesar de que su fenecido hermano jamás lo habría culpado, fue un accidente horrible pero un accidente al fin y al cabo, cuantas veces se lo había repetido su padre que no podía permitirse el lujo de perder un segundo hijo. Pero las palabras eran vanas a sus oídos, el sabía que si su hermano no hubiera ido a llevarle la comida-debido a sus caprichos ya que en las alturas había cocineros que daban de comer a diario a los trabajadores- nunca habría muerto y en estas fechas ya se habría desposado-era un secreto a voces- con la hija menor de los Sforza, esa boda los habría encunado con la nobleza milanesa. La muerte de Pietro para él había sido su gran pecado, su fallo y su culpa, y jamás hiciese lo que hiciese podría volver a sentirse vivo, no habría redención para él, de ahí que no le afectase matarse minuto a minuto en cada decisión suicida que tomaba a pesar de arrastrar con ellas también la salud de su madre y acabar con la de su padre...el pobre hombre pese a su edad y su enfremedad se perdía en los suburbios más bajos y peligrosos en busca de su unico hijo vivo.
Aquella noche iba a ser especial por varios motivos, Giacommo ebrio como era común en las últimas noches a esas horas jugaba a las cartas en una de esas tascas inmundas que tanto se había acostumbrado a frecuentar, perdía dinero de manera escandalosa-como era común-, tras perderlo todo y jugarse lo que no tenia fue apaleado y pisoteado por un enjambre de maleantes, delincuentes y escoria varia, se defendió como pudo desde su metro ochenta, es más incluso asesto varios golpes bien acertados pero todo se nublo cuando una navaja de dimensiones considerables perforó su costado izquierdo a través de los muchos brazos y cuerpos que lo rodeaban, no lo vio venir, no supo quien fue el cobarde, solo sintió una calor enorme y una punción que apenas lo dejaba respirar, en la puerta trasera del local lo dejaron tirado, desangrándose, tratando de arrastrarse sin saber hacia adonde, aunque lo cierto es que el dolor le había hecho recuperar la cordura, al menos no moriría con la cabeza nublada por el alcohol y el opio pensó feliz para sus adentros.
Solo pensaba mientras se arrastraba hacia su inexorable destino que quizás si no había corrompido demasiado su alma-ya era tarde para eso-podría volver a ver a su hermano y pedirle perdón. Tras un esfuerzo titánico consiguió levantarse y no solo eso sino que juntando un paso con otro comenzó a andar, pese al dolor, la falta de sangre y la obvia septicemia que padecía se había erguido y andaba, tal vez consiguiera llegar a su casa y morir en su cama.
Pero jamás llegaría, en su camino encontró el cuerpo frío y sin vida de un anciano, tras segundos sin reconocerlo el pavor encendió aun más su febril y moribundo cuerpo, era su padre que había sido asesinado por un sucio ratero por apenas unas monedas de plata, de rodillas comenzó a llorar y a gritar-ahora no sentía el dolor lacerante que le robaba el aire, el dolor por tener en sus brazos a su padre nublaba lo demás-, nadie lo escuchaba, nadie lo iba a escuchar, en ese barrio nadie jamás oía nada ni veían nada. A su espalda una voz susurro a su oído, Giacommo se giro suavemente lo mejor que pudo debido a su lamentable y terminal estado para ver a una figura oscura, no muy alta pero si muy delgada, casi esquelética de facciones muy marcadas, era un hombre de unos setenta años, de vestimentas caras con un gran sombrero y una mirada fría que surgía tras una nariz afilada, el personaje hablo.
- No puedo hacer nada por ti hijo, pero podría hacer mejorar a tu padre si te place.
- ¿Puedes devolver la vida a los muertos?.
- Dependiendo de lo que se me pague muchacho puedo hacer muchas cosas.
- Cual es tu precio sucio usurero.
- No deberías ofender a quien te tiende una mano muchacho porque podría morderte.
Mientras decía esto último sus ojos se tornaron rojos y su rostro pareció transformarse en una mueca cadavérica, ese hombre podría ser muchas cosas pero no humano.
- ¿Cual es tu precio demonio?.
- Al grano, está bien…no quiero nada ahora, le daré la vida tu padre y tu morirás...para renacer y volver a vivir, te daré el don de la inmortalidad.
- ¿Dónde está la trampa diablo?.
- ¿La trampa dices?. No hay trampas simplemente tu alma será mía hasta el fin de los tiempos y llegara un día el cual la reclamaré para un fin mayor y deberás estar preparado, deberás estar donde se te diga, tan solo tendrás que aceptar.
- ¿Aceptar a quien o a qué?.
- Al padre tendrás que aceptar la voluntad de mi padre muchacho, el ya te está esperando y tu sin saberlo ya los esperas al, la oscuridad de tu alma ha sido como un reclamo para mi padre que ya ansía poseerte. El trato incluye que deberás alejarte de tu familia completamente, ya que yo soy tu nueva familia y tu alma deberá seguir el camino impuesto hasta ahora, deberás seguir corrompiéndola.
- ¿Pero mi padre vivirá si acepto las condiciones no?.
- Ya está vivo muchacho míralo bien y lo oirás respirar.
Giacommo se gira de nuevo sobre el cuerpo de su padre y confirma lo que el demonio le ha dicho, vuelve a respirar. Sin más y obedeciendo los dictámenes del demonio lo deja en el suelo y se aleja ya sin herida en el costado, sin sangre en el paladar. Su padre vive pero él ha muerto se aleja sin darse cuenta que junto a su padre yace su propio cuerpo muerto.
Cuando su padre despertó y descubrió el cuerpo inerte de su hijo su pesar y su dolor pudieron con él y dos días tras el entierro de su primogénito y diecisiete tras el entierro de su hijo menor, Paolo arrojo su cuerpo al vacio, dando sus huesos con el mismo mármol blanco que ya había visto morir a su hijo Pietro y que tanto había trabajado su hijo Giacommo.

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