miércoles, 4 de agosto de 2010

Memorias de un ángel. Capitulo septimo.[+18]


Era el año de nuestro señor mil cuatrocientos siete, una tarde de verano cálida y asfixiante en mi Florencia natal.
Viola y yo habíamos acordado en vernos tras la puesta del sol en el cobertizo de su ama. Su ama era su nodriza, la criada que la habia amamantado tras nacer; para Viola ella era mucho más madre de lo que lo era su progenitora. Era la única persona que siempre la había escuchado a la única que escuchaba. Solo en ella podia confiar, de hecho ella y su marido Antón, eran los unicos que sabían de nuestros amores furtivos, de nuestra pasión prohibida.
Los nervios me atenazaban, había llegado demasiado pronto, no sabia como conducir la situación.
Yo apenas tenia diecisiete años y ella recién contaba los quince, aunque hacia dos que ya no era una niña, se había convertido en una mujer esbelta y exhuberante, aun más para un chico como yo.
Esa noche iba a ser especial, no era la primera vez que nos veíamos a hurtadillas en el cobertizo de su ama, pero si era la primera vez que nos íbamos a entregar el uno al otro.
No sabia que hacer, estaba invadido por el miedo y el pánico de fallar a la mujer que amaba por encima de todo, la mujer por la que me dejaria ahorcar sin dudarlo -hecho que pasaria a buen seguro si lo que iba acontecer esa noche trascendía hasta los oídos de sus padres-.
Antes de que Viola llegara yo ya habia dado mil vueltas por el cobertizo, hasta el ama habia venido a traerme un caldo caliente, en realidad había venido para hablarme, para decirme que no me preocupara por nada, que todo iba a salir bien, que no hay nada más hermoso que el amor entre jovenes que se aman, aun recuerdo lo mal que lleve esa pequeña conversación y lo mucho que me ruborice.
No obstante era aun joven, no habia compartido cama con mujer alguna ni habia madurado en la guerra como muchos de mis amigos. Yo jamás había dejado mi Florencia natal, había pasado mis días aprendiendo el oficio de picapedrero de mi padre, ya que para la arquitectura estaba mi hermano, solo uno de los dos podía ir a aprender con maese Brunelleschi y él fue el elegido, por ser el mayor y también el más despierto, yo siempre fui más soñador.
Cuando la ama se marcho- gracias al señor, que situación tan incomoda viví-, aun no había caído la noche sobre los prados, aun el viento traía el azahar de los naranjos que se colaban por las ventanas entreabiertas del cobertizo , el viento era aun cálido. Me senté encima de un pequeño tonel de roble vació y gastado, estaba claro que ese tonel hacia ya mucho que dejo de almacenar vino, tenia muchos años y aunque casi borrado vi grabado en azul cadmio el emblema de los Sforza, estaba claro que este tonel habia guardado los mejores caldos de la familia de Viola durante muchos años, no puede evitar ver cierta concordancia entre el tonel tan desgastado y la familia de mi amada. Noble desde luego, pero venida a menos, en el exilio y dada de lado por orden de otra gran familia de la toscana...aun así era tan fuerte el apellido que se seguia haciendo notar como el emblema en el tonel.
Unos treinta minutos después ya tras el ocaso, apareció Viola; cuando entro se detuvo el tiempo, mis ojos no conseguían apartarse de sus labios, de su cuello, de sus ojos esmeralda y desde luego de su prominente escote, muy realzado con el corsé bien apretado que lucia y que me costó horrores aflojar.
Tras ella cerré la puerta del cobertizo sin hacerla sonar. Al principio los nervios no me dejaron articular palabra, tampoco fue necesario en exceso, Viola acerco su labios a los mios y yo automáticamente la bese; fue algo instintivo, como un resorte que salta en tu interior o una lucesita que se enciende en la oscuridad y te dice que has de hacer. La bese, una y otra vez, no sé cuanto duro el beso o si fueron mil, solo sentía el calor y la humedad de sus labios aprisionando los míos, mordiéndolos de una forma tan dulce, que erizo todo el bello de mi cuerpo. Cuando nuestros labios dejaron paso a nuestras lenguas, ya no sentí que se me erizase el bello, más bien fue una corriente eléctrica la que recorrió mi cuerpo por entero desde los dedos de mis pies hasta el ultimo de los pelos de mi cabeza....fue eléctrico.
Poco a poco y con el paso de los minutos fui dejando atrás los nervios iniciales y los complejos para dejarme ir, me deje llevar, recuerdo con angustia lo laborioso que fue desvestirla, el mal rato que pase- suavisado por sus risas-para aflojar el condenado corse-artilugio claramente ideado por el diablo para hacer desistir a los hombres en su lujuria-. Tras eso, su desnudez se abrió paso ante mi, en toda su belleza, en toda su majestuosidad y grandeza....y se me corto la respiración.
Jamas olvidare su cuerpo bañado por la tenue luz de una candela de aceite, sus pequeños y sonrosados pechos, su cintura, sus caderas, sus nalgas...-¡Dios que hermosa es! pensé para mis adentros-, pero sobre todo la palidez de su tez ante la anaranjada luz...; la deje de mirar solo para abrazarla y estrecharla contra mi, sentí su piel latiendo ritmicamente contra la mía, y la ame, la ame para siempre como la amaba desde que la vi.
Aquella noche se entrego a mi como yo me entregue a ella. Nuestros cuerpos se abrazaron como en una danza, se unieron y fundieron creando un nosotros, perdí la consciencia de donde empezaba yo y acababa ella, ya que eramos un único ser mientras nos amabamos, mientras nos sentiamos, nuestro sudor recorria zigzageante la desnudez de nuestros cuerpos, los pequeños gemidos casi dulces sollozos se extinguieron durante segundos para convertiese en un estallido...sentí que explotaba y me esparcia por el cielo ...como si nos convirtiesemos en las estrellas que tantas noches habiamos visto tumbados en el prado de la pequeña hacienda que los padres de Viola habían regalado a la ama por los servicios prestados a la familia el día que la liberaron.
Esa noche nos dimos el uno al otro en cuerpo, alma y corazón, el mismo corazón que siempre fue suyo, que siempre será suyo. porque mi amor por ella es inmortal.

De subito en dos lugares dispares del mundo dos personas despiertan sobresaltadas y emocionadas, con el sudor cayendo por sus frentes y las lagrimas rodando por sus mejillas, como si despertaran ambos del mismo sueño.

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